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Clorindo
-nadie lo pone en duda-
fue un excepcional
arquitecto y una persona con una enorme capacidad
de hacer, de imaginar, de desprenderse de solucio-
nes ya trilladas e inventar nuevas posibilidades. Eso
lo convirtió en, posiblemente, el más importante ar-
quitecto argentino y en uno de los más destacados
del mundo de la segunda mitad del siglo pasado.
Todo esto es opinable y no lo escribo para susci-
tar polémicas ni para establecer escalas de valor,
que no tienen sentido. Tengo para mi, sin embargo,
y aún más atendiendo a su enorme humanidad y hu-
mildad, que él, como todos, no nació conociendo a
fondo todos los resortes que debía mover para hacer
sus proyectos, para resolver sus construcciones, sus
dibujos, sus pinturas y esculturas. Dejemos de lado
estas últimas, pertenecientes a disciplinas que quizá
puedan manejarse solamrnte con la intuición, la ob-
servación y el trabajo: me refiero a las artes plásticas
que también dominaba. Pero la Arquitectura es otra
cosa: Allí hacen falta el estudio de materias duras,
la comprensión y el conocimiento de la estática, de
la resistencia de los materiales, de las instalaciones,
que tienen que ver con la industria, con la economía,
con la sociología y la política. La Arquitectura es una
ciencia
-o un arte-
ligado al hombre y a la sociedad.
Su dominio requiere de los libros, del estudio, de las
escuelas, de los profesores, y de los maestros.
LOS MAESTROS DE CLORINDO:
Esto que escribo es un cuento.
NOTA
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